Jeff Clarke es un buscador. Desde las ásperas y contundentes andanzas de sus días incendiarios y garajeros en Demon’s Claws y The Black Lips, hasta el cansancio herido del mundo que todavía se abre paso entre el pulido de su más reciente y frondoso trabajo en solitario, “Miracle after Miracle after …”, el evangelio idiosincrásico que predica está siempre atravesado por una resiliencia duramente conquistada, una ingenuidad inquietante y un persistente sentido de la curiosidad.
El álbum es, en contraste con su anterior trabajo en solitario “Locust” (grabado en una sola sesión en un bosque), más bellamente ornamentado, pero nunca recargado: hay mucho espacio para la voz y la composición extrañamente melancólicas, finamente entretejidas, aunque en ocasiones también de aristas cortantes.
En su núcleo, esto es música folk, y una composición tan tradicionalmente excelente hace que las comparaciones sean a la vez fáciles de establecer e inherentemente reductoras. Clarke bebe de la misma fuente que incontables otros diaristas psíquicos. Podría mencionárselo en el mismo aliento que a Connie Converse, Daniel Johnston o Atlas Sound, por ejemplo. Pero Clarke se sitúa con tal acierto dentro de esta tradición de artistas que las referencias resultan redundantes; si no rompe el molde, al menos lo estira hasta darle una forma completamente propia.
Hay una idoneidad en el título de este disco: canciones tan buenas como estas deberían considerarse, con justicia, milagros. También hay ambigüedad; resulta tentador leerlo como algo sardónico, un cinismo desolado dirigido a quienes afirman que la vida es una bendición continua tras otra. Sin duda hay una cierta dosis de dolor en la voz de Clarke. Pero también se percibe una creencia silenciosa pero insistente en la bondad del mundo; el reconocimiento de que, si somos honestos con nosotros mismos, todos estamos buscando uno u otro milagro.